La luz del sol entraba por la ventana, como todos los días y un cálido rayo iluminaba uno de sus mechones de pelo rubio, se removió perezosamente en la cama y recordó la espantosa pesadilla que había sufrido esa noche. Era hora de levantarse para ir al cole pero se estaba tan bien en la cama ¿la cama? ¿Dónde estaba su cama? Abrió los ojos de golpe y quedó perplejo al contemplar que se encontraba tendido sobre un mullido manto de hierba fresca. Miró a su alrededor y contempló con admiración la belleza del paisaje que le rodeaba. A lo lejos se veían unas altas montañas coronadas por unos mechones de nieve blanca. Grandes árboles poblaban un hermoso bosque y miles de diminutas flores violetas perfumaban el confortable colchón verde sobre el que estaba recostado. Se puso de pie para poder observar el lugar con más detenimiento intentando saber dónde se encontraba. Nunca había estado allí, estaba seguro, un lugar como aquel nunca lo olvidaría.
Tras caminar durante horas vio a lo lejos la silueta de alguien que venía hacía él. Sintió un tremendo alivio pensando que quizás ese viajero podría informarle del lugar donde estaban. Embargado por el nerviosismo comenzó a correr y… ¡Increíble! estaba volando, había adquirido superpoderes ¿Cómo lo había hecho? Voló todo lo alto que pudo, aquello era una experiencia alucinante. Agitaba sus brazos con fuerza para después dejarse deslizar entre las nubes con sus brazos extendidos. Miró hacia abajo y vio que un hombre gritaba, dirigiéndose a él, mientras movía los brazos con aspavientos. Esa era la silueta que había visto hacía unos minutos, intentó bajar pero no pudo, intentó mover los brazos pero no pudo, intentó volar pero no pudo. Algo lo tenía agarrado con sus enormes garras. ¡No!, era un dragón, un enorme y apestoso dragón con la piel cubierta por rugosas y feas escamas y estaba a su merced. ¿Qué es lo que quería decirle aquel diminuto hombrecillo momentos antes? Miró hacia él y pudo leer en sus labios la palabra CLOUD, mira alrededor y vio decenas de diminutas nubes ¡Eureka! Eso era lo que tenía que hacer para zafarse de aquel repugnante animal. Extendió sus brazos todo lo que pudo y en su frenético vuelo en las garras del dragón iba tocando cuantas nubes podía, una, dos, tres… cuando llegó a la número diez, ¡ZAS! Estaba libre de nuevo y podía agitar sus brazos con fuerza alejándose de aquel asqueroso bicho. Miró hacia atrás y vio cientos de personas avanzando en la misma dirección que él. No sabía qué estaba ocurriendo pero de algo si estaba seguro: la aventura no había hecho más que empezar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario